Página 3 del diario de
santa Faustina:
Ingreso al convento
7 Desde los siete años sentía la suprema llamada de Dios, la gracia de
la vocación a la vida consagrada. A los siete años por primera vez oí la voz de
Dios en mi alma, es decir, la invitación a una vida más perfecta. Sin embargo,
no siempre obedecí la voz de la gracia. No encontré a nadie quien me aclarase
esas cosas.
8 El decimoctavo año de mi vida, insistente pedido a mis padres el
permiso para entrar en un convento; una categórica negativa de los padres.
Después de esa negativa me entregué a las vanidades de la vida sin hacer caso
alguno a la voz de la gracia, aunque mi alma en nada encontraba satisfacción.
Las continuas llamadas de la gracia eran para mí un gran tormento, sin embargo
intenté apagarlas con distracciones. Evitaba a Dios dentro de mí y con toda mi
alma me inclinaba hacia las criaturas. Pero la gracia Divina venció en mi alma.
9 Una vez, junto con una de mis hermanas fuimos a un baile. Cuando todos
se divertían mucho, mi alma sufría tormentos interiores. En el momento en que
empecé a bailar, de repente vi a Jesús junto a mí. A Jesús martirizado,
despojado de sus vestiduras, cubierto de heridas, diciéndome esas palabras: ¿Hasta cuándo Me harás sufrir, hasta
cuándo Me engañarás? En aquel momento dejaron de sonar los alegres tonos de
la música, desapareció de mis ojos la compañía en que me encontraba, nos
quedamos Jesús y yo. Me senté junto a mi querida hermana, disimulando lo que
ocurrió en mi alma con un dolor de cabeza. Un momento después abandoné
discretamente a la compañía y a mi hermana y fui a la catedral de San
Estanislao Kostka. Estaba anocheciendo, había poca gente en la catedral. Sin
hacer caso a lo que pasaba alrededor, me postré en cruz delante del Santísimo
Sacramento, y pedí al Señor que se dignara hacerme conocer que había de hacer
en adelante.
10 Entonces oí esas palabras: Ve
inmediatamente a Varsovia, allí entrarás en un convento. Me levanté de la
oración, fui a casa y solucioné las cosas necesarias. Como pude, le confesé a
mi hermana lo que había ocurrido en mi alma, Le dije que me despidiera de mis
padres, y con un solo vestido, sin nada más llegué a Varsovia.
11 Cuando bajé del tren y vi que cada uno se fue por su camino, me entró
miedo: ¿Qué hacer? ¿Adónde dirigirme si no conocía a nadie? Y dije a la Madre
de Dios: María, dirígeme, guíame. Inmediatamente oí en el alma estas palabras:
que saliera de la ciudad a una aldea donde pasaría una noche tranquila. Así lo
hice y encontré todo tal y como la madre de Dios me había dicho.
12 Al día siguiente, a primera hora regresé a la ciudad y entré en la
primera iglesia que encontré y empecé a rezar para que siguiera revelándose en
mí la voluntad de Dios. Las Santas misas seguían una tras otra. Durante una oí
estas palabras: Ve a hablar con este
sacerdote y dile todo, y él te dirá lo que debes hacer en adelante.
Terminada la santa misa fui a la sacristía y conté todo lo que había ocurrido
en mi alma y pedí que me indicara en que convento debía estar.
13 Al principio el sacerdote se sorprendió, pero me recomendó confiar
mucho en que Dios lo arreglaría. Entretanto yo te mandaré a casa de una señora
piadosa donde tendrás alojamiento hasta que entres en un convento. Cuando me
presenté en su casa, la señora me recibió con gran amabilidad. Empecé a buscar
un convento, pero donde llamaba me despedían. El dolor traspasó mi corazón y
dije al Señor Jesús: Ayúdame, no me dejes sola. Por fin llamé a nuestra puerta.
14 Cuando salió a mi encuentro la madre superiora, la actual Madre General
Micaela, tras una breve conversación, me ordenó ir al Dueño de la casa y
preguntarle si me recibía. En seguida comprendí que debía preguntar al Señor
Jesús. Muy feliz fui a la capilla y pregunté a Jesús: Dueño de esta casa, ¿me
recibes? Una de las hermanas de esta casa me ha dicho que Te lo pregunte.
En seguida oí esta voz: Te
recibo, estás en Mi corazón. Cuando regresé de la capilla, la Madre Superiora,
primero me preguntó: ”Pues bien, ¿Te ha recibido el Señor?” Contesté que sí.
”Si el Señor te ha recibido, yo también te recibo”
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