Página 4 del diario de Santa Faustina titulado
“La divina misericordia en mi alma”
15 Tal fue mi ingreso.
Sin embargo, por varias razones, más de un año tuve que estar en el mundo, en
casa de esta piadosa señora, pero no volví ya a mi casa.
En aquella época tuve
que luchar contra muchas dificultades, sin embargo Dios no me escatimaba su
gracia. Mi añoranza de Dios se hacía cada vez más grande. Esta señora, aunque
muy piadosa, no comprendía la felicidad que da la vida consagrada y en su
bondad, empezó a proyectarme otros planes de vida, pero yo sentía que tenía un
corazón tan grande que nada podía llenarlo.
16 Entonces me dirigí
a Dios con toda mi alma sedienta de Él. Eso fue durante la octava de Corpus
Cristi, Dios llenó mi alma con la luz interior para que lo conociera más
profundamente como el bien y la belleza supremos. Comprendí cuánto Dios me
amaba. Es eterno su amor hacia mí. Eso fue durante las vísperas. Con las
palabras sencillas que brotaban del corazón, hice a Dios el voto de castidad
perpetua. A partir de aquel momento sentí una mayor intimidad con Dios, mi
Esposo. En aquel momento hice una celdita en mi corazón donde siempre me
encontraba con Jesús.
17 Por fin, llegó el
momento cuando se abrió para mí la puerta del convento. Eso fue el primero de
agosto, al anochecer, en vísperas de la fiesta de la Madre de Dios de los
ángeles. Me sentía sumamente feliz, me pareció que entré en la vida del
paraíso. De mi corazón brotó una sola oración, la de acción de gracias.
18 Sin embargo, tres
semanas después vi que aquí había muy poco tiempo para la oración y que muchas
otras cosas me empujaban interiormente a entrar en un convento de regla más
estricta, Esta idea se clavó en mi alma, pero no había en ella la voluntad de
Dios. No obstante, la idea, es decir la tentación se hacía cada vez más fuerte
hasta que un día decidí hablar con la Madre Superiora y salir decididamente.
Pero Dios guió las circunstancias de tal modo que no pude hablar con la Madre
Superiora. Antes de acostarme, entré en una pequeña capilla y pedí a Jesús la
luz en esta cuestión, pero no recibí nada en el alma, sólo me llenó una extraña
inquietud que no llegaba a comprender. A pesar de todo decidí que a la mañana
siguiente, después de la Santa Misa, le comunicaría a la Madre superiora mi decisión.
19 Volví a la celda,
las hermanas estaban ya acostadas y la luz apagada. Llena de angustia y
descontento, entré en la celda. No sabía que hacer conmigo. Me tiré al suelo y
empecé a rezar con fervor para conocer la voluntad de Dios. En todas partes había
un silencio como en el tabernáculo. Todas las hermanas como las hostias
blancas, descansan encerradas en el cáliz de Jesús, y solamente desde mi celda
Dios oye el gemido de mi alma. No sabía que después de las nueve, sin
autorización no estaba permitido rezar en las celdas. Después de un momento, en
mi celda se hizo luz y en la cortina vi el rostro muy dolorido del Señor Jesús.
Había llagas abiertas en todo el rostro y dos grandes lágrimas caían en la
sobrecama. Sin saber lo que todo eso significaba, pregunté a Jesús: Jesús, ¿quién
te ha causado tanto dolor? Y Jesús contestó: Tú Me vas a herir dolorosamente si
sales de este convento. Te llamé aquí y no a otro lugar y te tengo preparadas
muchas gracias. Pedí perdón al Señor Jesús e inmediatamente cambié la decisión
que había tomado.
Al día siguiente fue
día de confesión. Conté todo lo que había ocurrido en mi alma, y el confesor me
contestó me contestó que había en ello una clara voluntad de Dios que debía
quedarme en esta congregación y que ni siquiera podía pensar en otro convento.
A partir de aquel momento me siento siempre feliz y contenta.
20 Poco después me
enfermé. La querida Madre Superiora me mando de vacaciones junto con otras dos
hermanas a Skolimów, muy cerquita de Varsovia. En aquel tiempo le pregunté a
Jesús: ¿Por quién debo rezar todavía? Me contestó que la noche siguiente me
haría conocer por quien debía rezar.
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