Página 3 del “Libro de la vida”
Escrito por Santa Teresa de Ávila.
4. En querer ésta
vanamente ponía afán extremo. Los medios que eran necesarios para guardarla, no
ponía ninguno. Sólo para no perderme del todo tenía gran miramiento. Mi padre y
hermana resentían mucho esta amistad. Me la reprendían muchas veces. Como no
podían evitar la ocasión de entrar ella en casa, no les resultaban sus
diligencias, porque mi sagacidad para cualquier cosa mala era mucha. Me espanta
algunas veces el daño que hace una mala compañía, y si no hubiera pasa do por
ello, no lo pudiera creer. En especial en tiempo de juventud debe ser mayor el
mal que hace. Querría que escarmentasen en mí los padres para tener mucho
cuidado en esto. Y es así que de tal manera me trastornó esta conversación que
de natural y alma virtuosa no me dejó casi ninguna virtud, y hasta me parece
que me imprimía sus condiciones ella y otra que tenía la misma manera de
pasatiempos.
5. Por aquí entiendo
el gran provecho que hace la buena compañía, y tengo por cierto que, si tratara
en aquella edad con personas virtuosas, que estuviera entera en la virtud.
Porque si en esta edad tuviera quien me enseñara a temer a Dios, fuera tomando
fuerzas el alma para no caer. Después, quitado este temor del todo, me quedó
sólo el de la honra, que en todo lo que hacía me traía atormentada. Con pensar
que no se había de saber, me atrevía a muchas cosas bien contra ella y contra
Dios.
6. Al principio me
hicieron daño las cosas dichas, a lo que me parece, y no debía ser suya la
culpa, sino mía. Porque después mi malicia para el mal bastaba, junto con tener
criadas, que para todo mal hallaba en ellas buena disposición; que si alguna
fuera en aconsejarme bien, por ventura me aprovechara; más el interés las
cegaba, como a mí la afición. Y pues nunca era inclinada a mucho mal_ porque
cosas deshonestas naturalmente las aborrecía_ sino a pasatiempos de buena
conversación, aunque puesta en la ocasión, estaba en la mano el peligro, y
ponía en él a mis padres y hermanos. De tales peligros y ocasiones me libró
Dios de manera que se parece bien procuraba contra mi voluntad que del todo no
me perdiese, aunque no pudo ser tan secreto que no hubiera harta quiebra de mi
honra y sospecha en mi padre. Porque no habían transcurrido tres meses que andaba
en estas vanidades, cuando me llevaron a un monasterio que había en este lugar,
adonde se criaban personas semejantes, aunque no tan ruines en costumbres como
yo; y esto con gran disimulación, que sola yo y algún deudo lo supo; porque
aguardaron la coyuntura que no pareciese novedad; porque, haberse mi hermana
casado y quedarme sola sin madre, no estaba bien.
7. Era tan demasiado
el amor que mi padre me tenía y la mucha disimulación mía, que no había creer
tanto mal de mí, y así no quedó en desgracia conmigo. Como fue breve el tiempo,
aunque se entendiese algo, no debía ser dicho con certeza. Porque como yo temía
tanto la honra, todas mis diligencias eran en que fuese secreto, y no miraba
que no podía serlo a quien todo lo ve. ¡Oh Dios mío! ¡Que daño hace en el mundo
tener esto en poco y pensar que ha de haber cosa secreta que sea contra Ti!
Tengo por cierto que se excusarían grandes males si entendiésemos que no está
el negocio en guardarnos de los hombres, sino en evitar descontentarte a Ti.
8. Los primeros ocho
días sentí mucho, y más la sospecha que tuve se había entendido la vanidad mía,
que no de estar allí. Porque yo ya andaba cansada y no dejaba de tener gran
temor de Dios cuando le ofendía, y procuraba confesarme con brevedad. Traía un
desasosiego, que en ocho días_ y aún creo menos estaba_ mucho más contenta que
en casa de mi padre. Todas lo estaban conmigo, porque en esto me daba el Señor
gracia, en dar contento adonde quiera que estuviese, y así era muy querida. Y
puesto que yo estaba entonces ya enemiguísima de ser monja, me reconfortaba ver
tan buenas monjas, que lo eran mucho las de aquella casa, y de gran honestidad
y religión y recatamiento. Aun con todo
esto no me dejaba el demonio de tentar, y buscar los de fuera cómo desazogarme
con precauciones. Como no había lugar, pronto se acabó, y comenzó mi alma a
acostumbrarse en el bien de mi primera edad y vi la gran merced que hace Dios a
quien pone en compañía de buenos. Me parece que andaba su Majestad mirando y
remirando por donde me podía tornar a sí. ¡Bendito seas Señor que tanto me has
sufrido¡ Amén.
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