Página 3 del Libro “Tratado de la verdadera
devoción a la santísima Virgen”
25/ Dios Espíritu
Santo comunicó a su fiel esposa, María, sus dones inefables y la escogió por
dispensadora de cuanto posee. De manera que ella distribuye a quien quiere,
cuanto quiere, como quiere y cuando quiere todos sus dones y gracias. Y no se
concede a los hombres ningún don celestial que no pase por sus manos
virginales. Porque tal es la voluntad de Dios que quiere que todo lo tengamos
por María. Y porque así será enriquecida, ensalzada y honrada por el Altísimo
la que durante su vida se empobreció, humilló y ocultó hasta el fondo de la
nada por su humildad. Estos son los sentimientos de la Iglesia y de los Santos
Padres.
26/ Si yo hablara a
ciertos sabios actuales, probaría cuanto afirmo sin más, con textos de la
Sagrada Escritura y de los Santos Padres, citando al efecto sus pasajes
latinos, y con otras sólidas razones, que se pueden ver largamente expuestas
por el R, P. Poiré en su Triple corona
de la Santísima Virgen.
Pero estoy hablando de
modo especial a los humildes y sencillos. Que son personas de buena voluntad,
tienen una fe más robusta que la generalidad de los sabios y creen con mayor
sencillez y mérito. Por ello me contento con declararles sencillamente la
verdad, sin detenerme a citarles los pasajes latinos, que no entienden. Aunque
no renuncio a citar algunos, pero sin esforzarme por buscarlos. Prosigamos.
2_ Influjo maternal de
María.
27/ LA gracia
perfecciona a la naturaleza, y la gloria a la gracia. Es cierto por tanto, que
el Señor es todavía en el cielo Hijo de María como lo fue en la tierra y, por
consiguiente, conserva para con ella la sumisión y obediencia del mejor de
todos los hijos para con la mejor de todas las madres. No veamos, sin embargo, en esta dependencia
ningún desdoro o imperfección en Jesucristo. María es infinitamente inferior a
su hijo, que es Dios. Y por ello, no le manda como haría una madre a su hijo de
aquí abajo, que es inferior a ella. María, toda transformada en Dios por la
gracia y la gloria,_ que transforma en El a todos los santos_ no le pide,
quiere ni hace nada que sea contrario a la eterna e inmutable voluntad de Dios.
Por tanto, cuando
leemos en San Bernardo, San Buenaventura, San Bernardino y otros, que en el
cielo y en la tierra todo_ inclusive el mismo Dios_ está sometido a la
Santísima Virgen, quieren decir que la autoridad que Dios le confirió es tan
grande que parece como si tuviera el mismo poder de Dios y que sus plegarias y
súplicas son tan poderosas ante Dios que valen como mandatos ante la divina
Majestad. La cual no desoye jamás las súplicas de su querida Madre, porque son
siempre humildes y conformes a la voluntad divina.
Si Moisés, con la
fuerza de su plegaria, contuvo la cólera divina contra los israelitas en forma
tan eficaz que el Señor altísimo e infinitamente misericordioso, no pudiendo
resistirle, le pidió que le dejase encolerizarse y castigar a ese pueblo
rebelde (Exodo 32,10). ¿Qué debemos pensar_ con mayor razón_ de los ruegos de
la humilde María, la digna madre de Dios, que son más poderosos delante del
Señor, que las súplicas e intercesiones de todos los ángeles y santos del cielo
y de la tierra?
28/ María impera en el
cielo sobre los ángeles y bienaventurados. En recompensa a su profunda
humildad, Dios la ha dado el poder y la misión de llenar de santos los tronos
vacíos, de donde por orgullo cayeron los ángeles apóstatas. Tal es la voluntad
del Altísimo que exalta siempre a los humildes (Lucas 1, 52): que el cielo, la
tierra y los abismos se sometan, de grado o por fuerza, a las órdenes de la
humilde María, a quien ha constituido Soberana del cielo y de la tierra,
capitana de sus ejércitos, tesorera de sus riquezas, dispensadora del género
humano, mediadora de los hombres, exterminadora de los enemigos de Dios y fiel
compañera de su grandeza y de sus triunfos.
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