Página 2 del “Libro de la vida”, Escrito por
santa Teresa de Ávila:
6. Hacía limosna como podía, y podía poco.
Procuraba soledad para rezar mis devociones, que eran muchas, en especial el
rosario, de que mi madre era muy devota, y así nos hacía serlo. Me gustaba
mucho, cuando jugaba con otras niñas, recrear monasterios, como que éramos
monjas, y ya entonces yo deseaba serlo, aunque no tanto como las cosas que he
dicho.
7. Recuerdo
que cuando murió mi mare que dé yo de edad de doce años, poco menos. Como yo
comencé a entender lo que había perdido, afligida corrí a una imagen de nuestra
Señora y le supliqué fuese mi madre, con muchas lágrimas. Ahora me parece que, aunque
se hizo con simpleza, que me ha valido; porque conocidamente he hallado a esta
Virgen soberana en cuanto me he encomendado a ella y, en fin me ha tornado a
sí. Fatígame ahora ver en que estuvo el no haber yo estado entera en los buenos
deseos que comencé.
CAPITULO 2
Trata como fue perdiendo estas virtudes y lo
que importa en la niñez tratar con personas virtuosas.
1.
Me
parece que comenzó a hacerme mucho daño lo que ahora diré. Considero algunas
veces cuán mal lo hacen los padres que no procuran que vean sus hijos siempre
cosas de virtud de todas maneras; porque, con serlo tanto mi madre como he
dicho, de lo bueno no tomé tanto llegando al uso de razón, ni casi nada, y lo
malo me dañó mucho. Era aficionada a libros de caballerías y no tan mal tomaba
este pasatiempo como yo le tomé para mí, porque no perdía su labor, sino nos
dedicábamos a leerlos, y por ventura lo hacía para no pensar en grandes
trabajos que tenía, y entretener a sus
hijos, que no anduviesen en otras cosas perdidos. Yo comencé a acostumbrarme a
leerlos; y aquella pequeña falta que en ella vi, me comenzó a enfriar los
deseos y comenzar a faltar en lo demás; y me parecía que no era malo gastar
muchas horas del día y de la noche en tan vano ejercicio, aunque escondida de
mi padre, a quien no le agradaba tal idea. Era tan en extremo lo que en esto me
embebía que, si no tenía libro nuevo, no me sentía contenta.
2.
Comencé
a vestir galas y a desear lucir bien, con mucho cuidado de manos y cabello y
olores y todas las vanidades que en esto podía tener, que eran hartas por ser
muy meticulosa. No tenía mala intención, porque no quisiera yo que nadie
ofendiera a Dios por mí. Me duró mucho tiempo este cuidado de la apariencia
personal,
cosa que me parecía a mí no era ningún pecado,
muchos años. Ahora veo cuán malo debía ser. Tenía primos hermanos algunos, que
en casa de mi padre no tenían otros cabida para entrar, que era muy recatado, y
rogaba a Dios que lo fuera de éstos también. Porque ahora veo el peligro que es
tratar en la edad que se han de comenzar a criar virtudes con personas que no
conocen la vanidad del mundo, sino que antes despiertan para meterse en él.
Eran casi de mi edad, poco mayores que yo. Andábamos siempre juntos. Me tenían
gran amor, y en todas las cosas que les daba contento los sustentaba plática y
oía sucesos de sus aficiones y niñerías no nada buenas; y lo que peor fue, mostrarse
el alma a lo que fue causa de todo su mal.
3.
Si
yo hubiera de aconsejar, dijera a los padres que en esta edad tuviesen gran
cuidado con las personas que tratan sus hijos, porque aquí está mucho mal, que
se va nuestra naturaleza antes a lo peor que a lo mejor. Así me acaeció a mí,
que tenía una hermana de mucha más edad que yo, de cuya honestidad y bondad_
que tenía mucha_ de ésta no tomaba nada, y tomé todo el daño de una parienta
que frecuentaba mucho nuestra casa. Era de tan livianos tratos, que mi madre
había intentado evitar que visitase nuestra casa; parece adivinaba el mal que
por ella me había de venir, y era tanto la ocasión que había para acceder a
nuestro hogar, que mi pare no había podido evitar su presencia. A ésta que
digo, me aficioné a tratar. Con ella era mi conversación y pláticas, porque me
ayudaba a todas las cosas de pasatiempos que yo quería, y aún me ponía en ellas
y daba parte de sus conversaciones y vanidades. Tuve trato habitual con
ella hasta la edad de catorce años, y
creo que más (para tener amistad conmigo y darme de sus cosas), no me parece
había dejado a Dios por culpa mortal ni perdido el temor de Dios, aunque le
tenía mayor de la honra. Éste tuvo fuerza para no perderla del todo, ni me
parece por ninguna cosa del mundo en esto me podía cambiar, ni había amor de
persona de él que a esto me hiciese rendir. !Así tuviera fortaleza en no ir
contra la honra de Dios, como me la daba mi naturaleza para no perder en lo que
me parecía a mí está la honra del mundo! ¡Y no miraba que la perdía por otras
muchas vías!
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