sábado, 27 de julio de 2013

Página 3 del "Libro de la vida", escrito por Santa Teresa de Ávila.









 Página 3 del “Libro de la vida”
Escrito por Santa Teresa de Ávila.
4. En querer ésta vanamente ponía afán extremo. Los medios que eran necesarios para guardarla, no ponía ninguno. Sólo para no perderme del todo tenía gran miramiento. Mi padre y hermana resentían mucho esta amistad. Me la reprendían muchas veces. Como no podían evitar la ocasión de entrar ella en casa, no les resultaban sus diligencias, porque mi sagacidad para cualquier cosa mala era mucha. Me espanta algunas veces el daño que hace una mala compañía, y si no hubiera pasa do por ello, no lo pudiera creer. En especial en tiempo de juventud debe ser mayor el mal que hace. Querría que escarmentasen en mí los padres para tener mucho cuidado en esto. Y es así que de tal manera me trastornó esta conversación que de natural y alma virtuosa no me dejó casi ninguna virtud, y hasta me parece que me imprimía sus condiciones ella y otra que tenía la misma manera de pasatiempos.
5. Por aquí entiendo el gran provecho que hace la buena compañía, y tengo por cierto que, si tratara en aquella edad con personas virtuosas, que estuviera entera en la virtud. Porque si en esta edad tuviera quien me enseñara a temer a Dios, fuera tomando fuerzas el alma para no caer. Después, quitado este temor del todo, me quedó sólo el de la honra, que en todo lo que hacía me traía atormentada. Con pensar que no se había de saber, me atrevía a muchas cosas bien contra ella y contra Dios.
6. Al principio me hicieron daño las cosas dichas, a lo que me parece, y no debía ser suya la culpa, sino mía. Porque después mi malicia para el mal bastaba, junto con tener criadas, que para todo mal hallaba en ellas buena disposición; que si alguna fuera en aconsejarme bien, por ventura me aprovechara; más el interés las cegaba, como a mí la afición. Y pues nunca era inclinada a mucho mal_ porque cosas deshonestas naturalmente las aborrecía_ sino a pasatiempos de buena conversación, aunque puesta en la ocasión, estaba en la mano el peligro, y ponía en él a mis padres y hermanos. De tales peligros y ocasiones me libró Dios de manera que se parece bien procuraba contra mi voluntad que del todo no me perdiese, aunque no pudo ser tan secreto que no hubiera harta quiebra de mi honra y sospecha en mi padre. Porque no habían transcurrido tres meses que andaba en estas vanidades, cuando me llevaron a un monasterio que había en este lugar, adonde se criaban personas semejantes, aunque no tan ruines en costumbres como yo; y esto con gran disimulación, que sola yo y algún deudo lo supo; porque aguardaron la coyuntura que no pareciese novedad; porque, haberse mi hermana casado y quedarme sola sin madre, no estaba bien.
7. Era tan demasiado el amor que mi padre me tenía y la mucha disimulación mía, que no había creer tanto mal de mí, y así no quedó en desgracia conmigo. Como fue breve el tiempo, aunque se entendiese algo, no debía ser dicho con certeza. Porque como yo temía tanto la honra, todas mis diligencias eran en que fuese secreto, y no miraba que no podía serlo a quien todo lo ve. ¡Oh Dios mío! ¡Que daño hace en el mundo tener esto en poco y pensar que ha de haber cosa secreta que sea contra Ti! Tengo por cierto que se excusarían grandes males si entendiésemos que no está el negocio en guardarnos de los hombres, sino en evitar descontentarte a Ti.
8. Los primeros ocho días sentí mucho, y más la sospecha que tuve se había entendido la vanidad mía, que no de estar allí. Porque yo ya andaba cansada y no dejaba de tener gran temor de Dios cuando le ofendía, y procuraba confesarme con brevedad. Traía un desasosiego, que en ocho días_ y aún creo menos estaba_ mucho más contenta que en casa de mi padre. Todas lo estaban conmigo, porque en esto me daba el Señor gracia, en dar contento adonde quiera que estuviese, y así era muy querida. Y puesto que yo estaba entonces ya enemiguísima de ser monja, me reconfortaba ver tan buenas monjas, que lo eran mucho las de aquella casa, y de gran honestidad y religión y recatamiento.  Aun con todo esto no me dejaba el demonio de tentar, y buscar los de fuera cómo desazogarme con precauciones. Como no había lugar, pronto se acabó, y comenzó mi alma a acostumbrarse en el bien de mi primera edad y vi la gran merced que hace Dios a quien pone en compañía de buenos. Me parece que andaba su Majestad mirando y remirando por donde me podía tornar a sí. ¡Bendito seas Señor que tanto me has sufrido¡ Amén.

Página 3 del" Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen"











Página 3 del Libro “Tratado de la verdadera devoción a la santísima Virgen”
25/ Dios Espíritu Santo comunicó a su fiel esposa, María, sus dones inefables y la escogió por dispensadora de cuanto posee. De manera que ella distribuye a quien quiere, cuanto quiere, como quiere y cuando quiere todos sus dones y gracias. Y no se concede a los hombres ningún don celestial que no pase por sus manos virginales. Porque tal es la voluntad de Dios que quiere que todo lo tengamos por María. Y porque así será enriquecida, ensalzada y honrada por el Altísimo la que durante su vida se empobreció, humilló y ocultó hasta el fondo de la nada por su humildad. Estos son los sentimientos de la Iglesia y de los Santos Padres.
26/ Si yo hablara a ciertos sabios actuales, probaría cuanto afirmo sin más, con textos de la Sagrada Escritura y de los Santos Padres, citando al efecto sus pasajes latinos, y con otras sólidas razones, que se pueden ver largamente expuestas por el R, P. Poiré en su Triple corona de la Santísima Virgen.
Pero estoy hablando de modo especial a los humildes y sencillos. Que son personas de buena voluntad, tienen una fe más robusta que la generalidad de los sabios y creen con mayor sencillez y mérito. Por ello me contento con declararles sencillamente la verdad, sin detenerme a citarles los pasajes latinos, que no entienden. Aunque no renuncio a citar algunos, pero sin esforzarme por buscarlos. Prosigamos.
2_ Influjo maternal de María.
27/ LA gracia perfecciona a la naturaleza, y la gloria a la gracia. Es cierto por tanto, que el Señor es todavía en el cielo Hijo de María como lo fue en la tierra y, por consiguiente, conserva para con ella la sumisión y obediencia del mejor de todos los hijos para con la mejor de todas las madres.  No veamos, sin embargo, en esta dependencia ningún desdoro o imperfección en Jesucristo. María es infinitamente inferior a su hijo, que es Dios. Y por ello, no le manda como haría una madre a su hijo de aquí abajo, que es inferior a ella. María, toda transformada en Dios por la gracia y la gloria,_ que transforma en El a todos los santos_ no le pide, quiere ni hace nada que sea contrario a la eterna e inmutable voluntad de Dios.
Por tanto, cuando leemos en San Bernardo, San Buenaventura, San Bernardino y otros, que en el cielo y en la tierra todo_ inclusive el mismo Dios_ está sometido a la Santísima Virgen, quieren decir que la autoridad que Dios le confirió es tan grande que parece como si tuviera el mismo poder de Dios y que sus plegarias y súplicas son tan poderosas ante Dios que valen como mandatos ante la divina Majestad. La cual no desoye jamás las súplicas de su querida Madre, porque son siempre humildes y conformes a la voluntad divina.
Si Moisés, con la fuerza de su plegaria, contuvo la cólera divina contra los israelitas en forma tan eficaz que el Señor altísimo e infinitamente misericordioso, no pudiendo resistirle, le pidió que le dejase encolerizarse y castigar a ese pueblo rebelde (Exodo 32,10). ¿Qué debemos pensar_ con mayor razón_ de los ruegos de la humilde María, la digna madre de Dios, que son más poderosos delante del Señor, que las súplicas e intercesiones de todos los ángeles y santos del cielo y de la tierra? 
28/ María impera en el cielo sobre los ángeles y bienaventurados. En recompensa a su profunda humildad, Dios la ha dado el poder y la misión de llenar de santos los tronos vacíos, de donde por orgullo cayeron los ángeles apóstatas. Tal es la voluntad del Altísimo que exalta siempre a los humildes (Lucas 1, 52): que el cielo, la tierra y los abismos se sometan, de grado o por fuerza, a las órdenes de la humilde María, a quien ha constituido Soberana del cielo y de la tierra, capitana de sus ejércitos, tesorera de sus riquezas, dispensadora del género humano, mediadora de los hombres, exterminadora de los enemigos de Dios y fiel compañera de su grandeza y de sus triunfos.


página 4 del diario de Santa Faustina











 Página 4 del diario de Santa Faustina titulado “La divina misericordia en mi alma”
15 Tal fue mi ingreso. Sin embargo, por varias razones, más de un año tuve que estar en el mundo, en casa de esta piadosa señora, pero no volví ya a mi casa.
En aquella época tuve que luchar contra muchas dificultades, sin embargo Dios no me escatimaba su gracia. Mi añoranza de Dios se hacía cada vez más grande. Esta señora, aunque muy piadosa, no comprendía la felicidad que da la vida consagrada y en su bondad, empezó a proyectarme otros planes de vida, pero yo sentía que tenía un corazón tan grande que nada podía llenarlo.
16 Entonces me dirigí a Dios con toda mi alma sedienta de Él. Eso fue durante la octava de Corpus Cristi, Dios llenó mi alma con la luz interior para que lo conociera más profundamente como el bien y la belleza supremos. Comprendí cuánto Dios me amaba. Es eterno su amor hacia mí. Eso fue durante las vísperas. Con las palabras sencillas que brotaban del corazón, hice a Dios el voto de castidad perpetua. A partir de aquel momento sentí una mayor intimidad con Dios, mi Esposo. En aquel momento hice una celdita en mi corazón donde siempre me encontraba con Jesús.
17 Por fin, llegó el momento cuando se abrió para mí la puerta del convento. Eso fue el primero de agosto, al anochecer, en vísperas de la fiesta de la Madre de Dios de los ángeles. Me sentía sumamente feliz, me pareció que entré en la vida del paraíso. De mi corazón brotó una sola oración, la de acción de gracias.
18 Sin embargo, tres semanas después vi que aquí había muy poco tiempo para la oración y que muchas otras cosas me empujaban interiormente a entrar en un convento de regla más estricta, Esta idea se clavó en mi alma, pero no había en ella la voluntad de Dios. No obstante, la idea, es decir la tentación se hacía cada vez más fuerte hasta que un día decidí hablar con la Madre Superiora y salir decididamente. Pero Dios guió las circunstancias de tal modo que no pude hablar con la Madre Superiora. Antes de acostarme, entré en una pequeña capilla y pedí a Jesús la luz en esta cuestión, pero no recibí nada en el alma, sólo me llenó una extraña inquietud que no llegaba a comprender. A pesar de todo decidí que a la mañana siguiente, después de la Santa Misa, le comunicaría a la Madre superiora mi decisión.
19 Volví a la celda, las hermanas estaban ya acostadas y la luz apagada. Llena de angustia y descontento, entré en la celda. No sabía que hacer conmigo. Me tiré al suelo y empecé a rezar con fervor para conocer la voluntad de Dios. En todas partes había un silencio como en el tabernáculo. Todas las hermanas como las hostias blancas, descansan encerradas en el cáliz de Jesús, y solamente desde mi celda Dios oye el gemido de mi alma. No sabía que después de las nueve, sin autorización no estaba permitido rezar en las celdas. Después de un momento, en mi celda se hizo luz y en la cortina vi el rostro muy dolorido del Señor Jesús. Había llagas abiertas en todo el rostro y dos grandes lágrimas caían en la sobrecama. Sin saber lo que todo eso significaba, pregunté a Jesús: Jesús, ¿quién te ha causado tanto dolor? Y Jesús contestó: Tú Me vas a herir dolorosamente si sales de este convento. Te llamé aquí y no a otro lugar y te tengo preparadas muchas gracias. Pedí perdón al Señor Jesús e inmediatamente cambié la decisión que había tomado.
Al día siguiente fue día de confesión. Conté todo lo que había ocurrido en mi alma, y el confesor me contestó me contestó que había en ello una clara voluntad de Dios que debía quedarme en esta congregación y que ni siquiera podía pensar en otro convento. A partir de aquel momento me siento siempre feliz y contenta.
20 Poco después me enfermé. La querida Madre Superiora me mando de vacaciones junto con otras dos hermanas a Skolimów, muy cerquita de Varsovia. En aquel tiempo le pregunté a Jesús: ¿Por quién debo rezar todavía? Me contestó que la noche siguiente me haría conocer por quien debía rezar.